La pausa:
No fue poco lo que lloré en el “gate” de
WestJet, la desconocida aerolínea canadiense que me llevó directo a Toronto
hace exactamente siete días. Me sorprendió
lo agridulce de la escena ya que había conceptualizado mi viaje a Canadá
como solo una pausa, como un merecido descanso de la cotidianidad isleña. Me vendí mi partida como una renuncia controlada del confort
insular. Pero de repente, al verme sola,
con un par de maletas y con un boleto de vuelo que solamente marcaba mi fecha de salida,
me pensé sin mi cama y sin mi familia, sin mis amigos y sin mis perros, sin mi
universidad y sin mi país. Seres, cosas, personas y abstracciones que me habían
acompañado durante toda mi vida o durante los últimos años de ésta. Entonces la
tan ansiada pausa ya no me pareció una pausa, sino un hueco, un vacío que todavía
es la hora que no consigo descifrar.
El paréntesis:
Al día de hoy tengo un cuarto que no parece mi cuarto y una cama que, realmente, no es una cama. Tengo un plato, dos tazas y una estufa que no uso (dicen que hay cosas que nunca cambian). Diariamente hablo, texteo o “feisbukeo” con mi familia y mis amigos, mientras trato de leer la prensa local (¿la de aquí?¿la de allá?). También conozco gente que en pocos minutos se convierten en mis amigos, al menos según Facebook, y con quienes comparto la eterna conversación del de dónde vienes, por qué Canadá, por qué Western Ontario y cuánto tiempo piensas quedarte acá. Luego se habla del clima. Poco a poco los temas se agotan, cambias de persona y empiezas el círculo de nuevo. Sólo se habla del pasado y del futuro, de lo que podrás hacer aquí o allá, de lo que dejaste atrás. El presente todavía no tiene ganas de comenzar a construirse. Parece que somos muchos los que llegamos; para colmo todos a la vez…
El comienzo:
La pequeña ciudad
de London es un encanto. Todo tiene un extraño orden que todavía no comprendo y
existe un sentido del tiempo que me pesa. Su universidad es preciosa y sus
estudiantes también. Son rubios, son rubias, son chinas, son chinos, son
indios, son indias…. rebotan por las esquinas. Gritan, corren, cantan y juegan
con camisas violetas, pantalones violetas, con mechones violetas. Juraría que
llevan esperando esta semana toda su vida. En cambio, los graduados caminan
cautos, de edificio en edificio, hablando con sus profesores, con los directores
de sus programas, con sus “casi” secretarias…
También observan de reojo a los más jóvenes. Los miran con una mezcla de asombro,
curiosidad, un poco de burla y, tal vez, hasta con algo de envidia. Los
graduados saben que sus comienzos ya no son tan nuevos, los años comienzan a
reconocerse. Entro al salón…
Dolor de cabeza:
Escucho, leo y “hablo” en inglés (mas bien lo balbuceo), pero todavía
pienso, siento y escribo en español. El proceso de traducción es incesante, mi
cabeza late. Espero, para la próxima, poderles escribir algo más llevadero…si
la Tylenol me ayuda, claro está.