Wednesday, September 12, 2012

UNA PAUSA, UN PARÉNTESIS O UN NUEVO COMIENZO: O DE CÓMO SIETE DÍAS EN LONDON, CANADÁ, ME HAN DADO UN RECURRENTE DOLOR DE CABEZA


La pausa:

No fue poco lo que lloré en el “gate” de WestJet, la desconocida aerolínea canadiense que me llevó directo a Toronto hace exactamente siete días. Me sorprendió  lo agridulce de la escena ya que había conceptualizado mi viaje a Canadá como solo una pausa, como un merecido descanso de  la cotidianidad isleña. Me vendí mi partida como una renuncia controlada del confort insular.  Pero de repente, al verme sola, con un par de maletas y con un boleto de vuelo que solamente marcaba mi fecha de salida, me pensé sin mi cama y sin mi familia, sin mis amigos y sin mis perros, sin mi universidad y sin mi país. Seres, cosas, personas y abstracciones que me habían acompañado durante toda mi vida o durante los últimos años de ésta. Entonces la tan ansiada pausa ya no me pareció una pausa, sino un hueco, un vacío que todavía es la hora que no consigo descifrar.



El paréntesis:

Al día de hoy tengo un cuarto que no parece mi cuarto y  una cama que, realmente, no es una cama. Tengo un plato, dos tazas y una estufa que no uso (dicen que hay cosas que nunca cambian). Diariamente hablo, texteo o “feisbukeo” con mi familia y mis amigos, mientras trato de leer la prensa local (¿la de aquí?¿la de allá?). También conozco gente que en pocos minutos se convierten en mis amigos, al menos según Facebook,  y con quienes comparto la eterna conversación del de dónde vienes, por qué Canadá, por qué Western Ontario y cuánto tiempo piensas quedarte acá. Luego se habla del clima. Poco  a poco los temas se agotan, cambias de persona y empiezas el círculo de nuevo. Sólo se habla del pasado y del futuro, de lo que podrás hacer aquí o allá, de lo que dejaste atrás. El presente todavía no tiene ganas de comenzar a construirse. Parece que somos muchos los que llegamos; para colmo todos a la vez…





El comienzo:

La pequeña ciudad de London es un encanto. Todo tiene un extraño orden que todavía no comprendo y existe un sentido del tiempo que me pesa. Su universidad es preciosa y sus estudiantes también. Son rubios, son rubias, son chinas, son chinos, son indios, son indias…. rebotan por las esquinas. Gritan, corren, cantan y juegan con camisas violetas, pantalones violetas, con mechones violetas. Juraría que llevan esperando esta semana toda su vida. En cambio, los graduados caminan cautos, de edificio en edificio, hablando con sus profesores, con los directores de sus programas,  con sus “casi” secretarias… También observan de reojo a los más jóvenes. Los miran con una mezcla de asombro, curiosidad, un poco de burla y, tal vez, hasta con algo de envidia. Los graduados saben que sus comienzos ya no son tan nuevos, los años comienzan a reconocerse.  Entro al salón…





Dolor de cabeza:

Escucho, leo y “hablo” en inglés (mas bien lo balbuceo), pero todavía pienso, siento y escribo en español. El proceso de traducción es incesante, mi cabeza late. Espero, para la próxima, poderles escribir algo más llevadero…si la Tylenol me ayuda, claro está.